Distancias

Muchas veces la cercanía ahoga, asfixia, molesta. Manifestándose casi a niveles de obsesión, esta puede terminar por acabar con cualquier tipo de relación, siempre y cuando la cercanía sea patológica, casi obsesiva (como la canción de The Police).

Sin embargo, la cercanía cobija sirviendo como refugio a un contexto esmirriado, que estorba y no gusta. Sirve para evadir situaciones y evitar la realidad. En este caso la cercanía te puede llevar a estados de enajenación positivos. Olvidamos todo y nos arropamos en la única certeza certera. La de la compañía, con esa que ríes de tonteras y disfrutas de cosas simples. Es complicidad al máximo.



En la otra esquina esta la lejanía, esa que a veces se transforma en insalvable y que no depende de unidades métricas. Se puede sentir lejanía con la persona al lado o al otro lado del mundo. El punto es que esta circunstancia, fría por definición, termina por acabar con cualquier relación siendo o no patológica, siendo o no obsesiva. Se trata de trasmitir en frecuencias distintas, en vivir instantes distintos, realidades o irrealidades distintas. Por eso es insalvable. También es dolorosa, pues para sentir lejanía hay que pasar primero por la cercanía, por la compañia y complicidad generada antes... y perder eso es algo que golpea de manera bestial.


Las distancias así se figuran como subjetivas, dependiendo de los actores hasta que punto se puede llegar en grados de cercanía o lejanía o, mejor dicho, hasta donde se encoge o estira la cuerda. Por mi parte la lejanía (no espacial) cortó la cuerda, pero ese corte me ha dado nuevas oportunidades pasajeras de ver lo que hay mas allá del horizonte o de entender que quizás la lejanía era necesaria. Puede que sea pasajera o puede que sea para siempre. O tal vez la distancia implique recorrer un camino que no pueda transitar. Eso, por el momento, no importa. Por lo pronto, solo me va la cercanía.


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